domingo, 28 de enero de 2018

Descalzos en la Ciudad


- La Historia Jamás Contada -

Actualmente ya es muy raro encontrar gente DESCALZA por la calle, descansando en alguna banca del parque, tomando café o haciendo las compras –shopping-, como si estuviera vetado realizar así las actividades PÚBLICAS cotidianas. Lo mismo sucede en entornos más íntimos, como el exterior del propio domicilio y sus alrededores, al realizar tareas como barrer o lavar la acera, el automóvil o sacar la basura. Un comportamiento ciertamente extraño, no andar descalzo ocasional, frecuente o permanentemente, sino evitarlo frente a otros por una especie de PUDOR, como si cada uno llevara su propio Ministro religioso interno que le prohibiera mostrar ciertas partes del cuerpo.

No siempre fue así, pues ya transcurridos dos tercios del siglo pasado, era lo más natural para la gente del campo ir descalza, incluso en la ciudad. Igual para una parte de la clase popular urbana, entre ella los niños. (En una plática casual sobre el tema a finales de los ’70, mi abuelo me hacía una comparación: “De 52 niños de mi grupo, ¿cuántos crees que usaban zapatos?” – “Unos… ¿veinte?”, aventuré. – No. CUATRO. Los demás íbamos descalzos”. Esto cerca de los años 30.) También había oficios que se desempeñaban tradicionalmente descalzos, como lavar coches.

Pero junto a estos usos impuestos por la costumbre, hacia el final de los ’60 y las década siguiente, con el surgimiento y apogeo del movimiento hippie –que tanto significó para las libertades individuales-, prescindir públicamente del calzado se convirtió en una OPCIÓN para la clase media, especialmente los jóvenes. Fue aquélla –como expresé en una “cápsula” radiofónica hace 10 años- “una época de extraordinaria libertad para vestirse, medio vestirse o no vestirse”.

Casi terminando la década de los setentas, comenzó a insinuarse una tendencia en sentido contrario: vestirse en demasía, tanto en su versión de "la (clase) alta”, la elegancia anacrónica de la moda DISCO, como de “la baja”, el atuendo típico de habitante de ghetto neoyorkino. Nada inusual en la Historia de la Moda, salvo el detalle de que acabaron inhibiendo expresiones alternativas. (Hará unos 18 años, dirigiéndome a la tienda de la esquina, tres jovencitos que venían en dirección contraria, uniformados a la moda –bermudas, sudaderas excesivamente grandes, gorra beisbolera vuelta de lado y tennis aparatosos-, repentinamente comenzaron a reírse. “¿De qué se reirán estos pe…rsonajes?”, me pregunté mientras continuaba mi camino. Luego, ya en la tienda, reconsiderando los hechos y circunstancias, descubrí que de mí… por ir descalzo. “¡Vaya! –pensé-, cómo se ve que no conocieron los 70s ni por referencia, cuando lo esperado –y apreciado- socialmente era ser  un individuo.)

Como en tantos otros aspectos de la vida diaria, la gente se ha vuelto demasiado dependiente de la opinión ajena, casi esperando instrucciones de qué hacer o no, aún en cuestiones de preferencia personal, como andar descalza. Puede tratarse también de gimnofobia, en este particular, miedo a los pies desnudos. En todo caso, es un tema interesante para la Sociología de la Vida Cotidiana contemporánea: ¿Por qué no practican más personas el BAREFOOTING urbano?

(Publicado originalmente en Sabersinfin el 23 de septoembre de 2014)

Fernando Acosta Reyes (@ferstarey) es fundador de la Sociedad Investigadora de lo Extraño (SIDLE), músico profesional y estudioso de los comportamientos sociales.

Imagen: thedromomaniac.com