lunes, 30 de octubre de 2017

Nos Insensibilizan Yendo De Escándalo En Escándalo



“Nos insensibilizan yendo de escándalo en escándalo... nos atrofian”.
Abel Pérez Rojas

Aunque está a la vista de todos que México es un país cuya historia reciente se va escribiendo a base de escándalos,  poco hemos pensado en los efectos perniciosos de dicha situación y no hemos construido alguna vía alternativa de autoformación que nos proteja de ello.


En la edición dominical del pasado 23 de julio, en su acostumbrada Rayuela, La Jornada sintetizó la realidad mexicana en una especie de micro corte transversal:

“Del socavón a Javidú y de ahí a Tláhuac y de vuelta a Javier "N". En el México de hoy se confirma la máxima de que un escándalo mata a otro escándalo”.
No es exagerado, en casi dos semanas los mexicanos pasamos de la tragedia del socavón del Paso Exprés de Cuernavaca, en el que perdieron la vida dos inocentes, al arribo de Javier Duarte, exgobernador de Veracruz, proveniente de una prisión de Guatemala, al abatimiento de El Ojos, presunto líder del llamado Cártel de Tláhuac y por primera vez en la historia de la Ciudad de México del bloqueo de cruceros con autobuses incendiados; a la vinculación a proceso del político veracruzano, cuando parecía inminente su excarcelación debido a las pifias jurídicas de la Procuraduría General de la República.

Todo esto en menos de dos semanas que no son la excepción, son tan sólo una muestra de cómo han sido los últimos años de la historia reciente en nuestro país.

Podemos aludir a una gran lista, pero no viene al caso. La realidad está a la vista y se repite en escenarios locales.

Más allá de las tragedias que terminan convirtiéndose en alboroto, la historia armada a base de escándalos nos desensibiliza, nos vuelve inmunes a la situación del otro y de cierta manera nos margina de los asuntos públicos, además de que nos distraen.

Esto conviene a quienes tienen el poder y es la razón de las “cajas chinas”.

La desensibilización se da por un efecto de sobresaturación de estímulos que nos provocan resistencia a ello, es decir, son tantos los asuntos para indignarse, que con el tiempo van pasando frente a nosotros sin mayor sobresalto, porque estamos siempre a la espera de algo cada vez más llamativo, cada vez peor, cada vez más escandaloso.

Lo que ayer fue escándalo hoy es normal y mañana ni siquiera merecerá nuestra mirada.

Que cierta y lapidaria es la frase de Simone De Beauvoir cuando afirmó que:

“Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra”.
Es  una situación perversa que nos vuelve fríos e inconscientes de nuestra existencia.

La otredad es víctima de todo esto, cada vez estamos menos dispuestos a colocarnos en la piel del otro para desde ahí comprender la realidad de otra manera.

Sólo es uno mismo y su propia parcela. Sólo es uno mismo en uno mismo porque estamos tan saturados de lo que pasa allá afuera que es preferible refugiarse en la realidad más cercana, hasta que la realidad más distante afecte la nuestra algún día.

Entre otras cosas por eso muchos se vuelven personas apáticas que prefieren marginarse de los asuntos públicos, porque éstos son tratados de tal manera que, en efecto, enferman.

Por eso dejamos que la política que es una ciencia, se siga reduciendo al ridículo espectro de la partidocracia y al show que llena las barras de los medios aliados al poder.

Abdicar a nuestra responsabilidad ciudadana produce generaciones que están postergando la solución de sus graves problemas, con un irracional planteamiento de que alguien, “quién sabe quién, algún día vendrá a solucionarlos”.

¿Cómo contribuir a la formación de seres humanos vacunados de este ciclo vicioso?

En primera instancia reconociendo que en mayor o menor medida somos adictos a los escándalos, no sobrevalorando los hechos fuera de su contexto histórico y social, esforzándonos por poseer marcos teóricos a los cuales acudir para contrastar a su luz los acontecimientos, y alejarse de los medios estridentes que convierten en espectáculos las noticias.

Como estamos frente a una adicción vale la pena practicar meditación, recuperar hábitos de lectura y ejercicio físico, y claro, ejercitarse en el diálogo y el debate.

Vayamos a las causas y no a los efectos, por más llamativos que éstos sean.

¿Qué le parece?

Abel Pérez Rojas (@abelpr5) es escritor y educador permanente.
Publicado originalmente en Saber Sin Fin el 23 de julio de 2017